En lo alto de las montañas del Tíbet, donde el aire es tan delgado como el silencio que envuelve a sus monasterios, existe una de las prácticas funerarias más impactantes y, para muchos, enigmáticas del mundo: el entierro celestial.
Este rito, profundamente ligado al budismo tibetano, es una mezcla de espiritualidad, pragmatismo y una visión de la vida que desafía frontalmente nuestras concepciones occidentales sobre la muerte.
¿En qué consiste este antiguo ritual?
Para los tibetanos, la muerte no es un final, sino un tránsito. Cuando alguien fallece, la comunidad prepara el cuerpo para su “último viaje”.
En lugar de enterrarlo bajo tierra o incinerarlo, lo llevan a la cima de una montaña. Este lugar suele ser una zona sagrada conocida como dakhang, donde los monjes realizan recitaciones y rituales para guiar el espíritu del difunto hacia su siguiente reencarnación.
Allí, ante el cielo abierto, el cuerpo es entregado a los buitres y otros animales carroñeros.
Sí, el cuerpo es ofrecido tal cual, como un acto de compasión hacia todas las criaturas vivas.
¿Por qué se ofrece el cuerpo a los buitres?
Para el budismo tibetano, el cuerpo humano es simplemente un recipiente temporal. Una envoltura que al morir deja de tener propósito espiritual.
Desde esa perspectiva, permitir que los buitres consuman el cuerpo es una forma de completar el ciclo natural: dar vida incluso después de la muerte.
Además, los tibetanos creen que esta práctica ayuda a cultivar el desapego.
Si la vida es impermanente, aferrarse al cuerpo —que ya no alberga al espíritu— carece de sentido.
Un acto sagrado, pero también práctico
El Tíbet es una región donde la tierra es dura y rocosa, lo cual complica el entierro tradicional. Incinerar cuerpos también es difícil debido a la escasez de madera.
Así, este ritual no solo tiene una base espiritual, sino también una sorprendente lógica pragmática:
¿para qué forzar la naturaleza cuando se puede trabajar con ella?
El rol de los monjes y los “rogyapas”
Quienes realizan estos rituales no son improvisados. Están los monjes encargados de la ceremonia espiritual, y también los rogyapas, conocidos como “los cortadores del cuerpo”.
Ellos preparan el cuerpo para que los buitres lo consuman rápidamente. Aunque pueda parecer macabro, su labor es vista con respeto, pues ayudan a que el alma del difunto siga su camino sin obstáculos.
El silencio del cielo y el sonido de las alas
Hay quienes describen el momento como espeluznante. Otros, como profundamente espiritual.
Lo cierto es que, en esas cumbres donde reina el viento, los tibetanos encuentran una manera de conectar la muerte con la naturaleza de un modo tan directo que altera nuestras ideas preconcebidas.
En un instante, el cuerpo se convierte en alimento y el espíritu, según la creencia, se eleva hacia su próxima vida.
Una tradición rodeada de misterio
Aunque es una práctica registrada y documentada, los entierros celestiales suelen mantenerse en discreción.
No es un espectáculo turístico y muchas comunidades evitan que se graben o fotografíen los rituales, por respeto al difunto y para preservar la sacralidad del proceso.
No obstante, el simple conocimiento de su existencia sigue despertando fascinación en todo el mundo.
Un ritual que nos invita a reflexionar
El entierro celestial no solo es un rito funerario: es un recordatorio de que todo vuelve al origen.
Los tibetanos lo entienden como una ofrenda, una entrega final que simboliza el desprendimiento más absoluto.
Curioso, impactante y profundamente simbólico:
el entierro celestial es una práctica que nos invita a repensar qué significa realmente despedirnos.
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