Entre tambores, máscaras y un aire ancestral que huele a chicha y a monte, los Borucas —una de las comunidades indígenas más emblemáticas de Costa Rica— celebran cada fin de año una de las tradiciones más vibrantes y simbólicas del país: el Juego de los Diablitos.
Esta festividad, declarada Patrimonio Cultural Inmaterial de Costa Rica en 2017, no es simplemente una fiesta: es un rito de resistencia, una representación viva del espíritu indígena frente al avance colonial.
Una danza entre el bien, el mal… y la historia
Durante la celebración, los hombres del pueblo se cubren con máscaras talladas en madera —auténticas obras de arte— que representan diablos coloridos y feroces.
Estas figuras encarnan a los antiguos borucas, quienes se enfrentan simbólicamente al toro, personaje que representa a los conquistadores españoles.
La batalla no es violenta, sino teatral. El toro embiste, los diablitos esquivan, caen, se levantan, se burlan. Todo entre risas, música y gritos que parecen venir del bosque.
Pero al final, el mensaje es claro: los diablitos, es decir, los borucas, sobreviven. La identidad indígena triunfa.
Máscaras que cuentan historias
Cada máscara es tallada a mano con madera de balsa y pintada con vivos colores naturales.
Lejos de ser simples adornos, representan espíritus de la naturaleza, animales protectores y seres míticos del mundo boruca.
Su creación es considerada un arte sagrado que se transmite de generación en generación.
Una fiesta entre fuego y chicha
El Juego de los Diablitos comienza el 30 de diciembre y culmina el 2 de enero en la comunidad de Boruca, y se repite el primer fin de semana de febrero en Rey Curré, otra comunidad boruca del cantón de Buenos Aires, Puntarenas.
Durante esos días, el pueblo entero se transforma: suenan los tambores, se encienden fogatas, y corre la chicha de maíz, bebida fermentada que acompaña las jornadas y que da energía a los danzantes.
Más que un juego: una memoria viva
Lo que comenzó como una burla hacia los conquistadores se ha convertido en una representación de orgullo étnico y espiritualidad.
Cada movimiento, cada máscara y cada canto refuerzan el vínculo del pueblo boruca con su pasado y su tierra.
En tiempos donde muchas tradiciones desaparecen, los Diablitos siguen bailando, recordándonos que la cultura no se conquista, se celebra.
Curioso y suspicaz:
¿Sabías que los “diablitos” no son considerados figuras malignas por los borucas?
En realidad, son guardianes del pueblo, espíritus traviesos que protegen la identidad indígena y se burlan de los invasores.
Así que, cuando el toro cae derrotado al final del juego, no solo termina una danza: renace un pueblo.
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